Si encargáramos a Rembrandt una alegoría de la ninfomanía, seguro que escogería como modelo a Hilary. Esa cara traviesa y coqueta pertenece a un cuerpo que no puede parar de copular con muchachos de todas las tallas y colores. En su cabecita sólo parece haber lugar para una idea y, sin ningún tipo de complejo, a ella se dedica con todo su ser. Su s dulces, tiernas y abundantes carnes son de dominio público y a nadie le niega el derecho de sentir sobre su ser la ardiente piel de esta perfecta máquina de placer, agitándose sin parar.
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